Hace días me viene a la cabeza Minority Report, la película de Steven Spielberg basada en un relato escrito por Philip K. Dick en 1956. El eje central de esta historia se basa en la existencia de los precogs, seres capaces de predecir crímenes antes que se produzcan y que trabajan en conjunto con la policía para dar captura a futuros delincuentes, encarcelarlos y evitar los crímenes.
La historia se complica cuando el protagonista, un policía de la Unidad de Precrimen, descubre que se convertirá, según las predicciones, en un asesino. Huye en el intento por evitarlo y probar su inocencia.
La película y el relato poseen finales diferentes. Pero ambas plantean una paradoja, esos futuros criminales encarcelados en verdad son inocentes.
¿Se puede incidir preventivamente en el futuro?
Esta es una historia de ciencia ficción, sin embargo me resulta tan similar a esa ley pre-delictiva o de “peligrosidad” por la que todavía llevan a la cárcel en mi país a las personas desvinculadas laboralmente, o mejor dicho, quienes no trabajan para el estado.
El mundo cubano en la red trae por estos días dos temas que se repiten en bitácoras y publicaciones digitales: Pánfilo y Juanes. A estas alturas ya no sé de qué se habla más, o qué importa más; me hallo en una franca saturación de cualquier tema nacional, he llegado al límite, justo hoy que tengo por última vez 28 años y no puedo predecir el futuro como para decir si dentro de cinco, diez o veinte años más estaré contando estas absurdas historias: un hombre es juzgado por: ¿no “trabajar” hace años? ¿por decir lo que piensa, borracho, ante una cámara? ¿por ser famoso en YouTube? ¿por qué está preso Pánfilo? ¿Qué delito cometió?
Una persona de mi familia es alcohólica y estuvo en prisión por la “ley de vagos”. Yo era pequeña y no entendía nada, me avergonzaba de ambas cosas. Me habían enseñado que los borrachos y los presos eran despreciables, la sociedad los señalaba con el dedo. Aún de grande cruzaba la acera al ver un borracho, les temía tanto como a los locos, les sigo temiendo un poco, pero ahora sé que son personas necesitadas de ayuda clínica, de tratamiento, que el alcoholismo es una adicción. Aunque también sé que no se puede obligar a nadie a tratarse, como no sé puede obligar a nadie a que trabaje o a que no diga lo que piensa frente a una cámara, en un papel, o en cualquier lugar. Pero lo que sí no se puede, bajo ningún concepto, es jugar con el derecho que tienen los hombres a ser libres.
Esa persona cercana a mí nunca se ha recuperado, sigue siendo alcohólica y trabaja en lo puede. Ese tiempo en prisión es un recuerdo maloliente que quisiéramos enterrar, pero nos persigue. Hoy me acecha a miles de kilómetros de distancia, hoy me quita el sueño demasiado pronto, con evocaciones tristes. Y la única certeza a la que logro aferrarme es al futuro, ese que por suerte, sigue siendo impredecible.
Lien Carrazana
(Publicado en La china fuera de la Caja)
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